Eran aquellos días, los más bellos días que recuerdo.
Disfrutaba de la soledad compartida.
Disfrutaba el sol. Caían por doquier los sentimientos.
Lejos, muy lejos, el Pombero hacía oír sus lamentos.
¿Que extraña magia nos paralizaba?
¿Porqué deseábamos que la noche no muriera?
Algún gnomo invisible permitía la sonrisa.
Y el beso cómplice se helaba en el vacío.
Hoy, a la distancia, presiento el aire.
Simulo no ver lo visible.
Pretendo cantar lo que no está escrito.
Y le pongo música a los oídos sordos del entendimiento.
Todavía estás aquí, conmigo.
El murmullo de tu silbo me acompaña.
Alguno que otro vencejo intenta peinar tu cabellera.
Ruge tembloroso el yaguareté celoso.
Más, tú y yo, nos mostramos impasibles.
Formamos un mundo. Estrenamos egoísmo.
Caes, caes. Eres torrente interminable.
Río y río. Mis labios y tu húmedo aliento
atrapados en un torbellino blanco-verde-azul y rojo.
No sé si pueda. No sé si deba.
Pronunciar tu nombre duele en belleza y lastima en grandeza.
Más, ¡sí !. Al mundo gritaré nuestro encuentro.
Noche-día, luna-sol, encanto amado.
Alarido callado. Mis cataratas.
G. REYNA ALLAN - Río IV - Agosto 1, 1997