sábado, 27 de marzo de 2010

UN DÍA EN LA VIDA DE ROQUE (Cuento corto)


Roque sorbió intensamente el mate. Se deleitó con el sabor amargo de la infusión que le devolvía, en parte, las ganas de seguir con su trabajo.
Hizo caso omiso a esa idea. Era mucho lo que faltaba. En la soledad de la oficina decidió concluir la jornada. Ya habría tiempo de recuperar el tiempo. Al fín y al cabo era sábado por la tarde.
Acomodó lentamente los papeles. Algunos en carpetas, otros en cajones sin nombre. Caminó hasta la cocina y, meticulosamente, limpió el porongo y la bombilla. Sin derramar agua, vació el termo y envolvió los elementos para guardarlos en su bolso de mano.
Miró en derredor. Un gastado tubo fluorescente titilaba como pidiendo que alguien tuviera piedad y apagara su vida. Nada más. Silencio. Lo de siempre.
Suspirando encendió el enésimo cigarrillo y se dirigió a la puerta. Tras cerciorarse que todo estaba en orden entornó la abertura, cerró y puso llave.
Ya en el pasillo hacia el ascensor, en un movimiento mecánico, palpó sus bolsillos. Las llaves del auto, el encendedor y las pastillas de menta. Todo en su lugar. Podía ir de regreso a casa.
Ya en la calle, caminó unos metros hasta llegar a su viejo Renault 11. Remoloneando, el motor encontró su ritmo.
–Debo cambiar la batería, pensó.
Pero ese desliz mental fue rápidamente superado por los pensamientos que atormentaban a Roque desde hacía bastante tiempo.
El mismo camino. El mismo recorrido, tratando de evitar los semáforos. El tránsito era rápido a pesar de la tenue llovizna que humedecia las calles de Posadas. La humedad del ambiente predecía la continuidad del mal tiempo.
La avenida Corrientes lo depositó en su intersección con Mitre en la ahora rápida Francisco de Haro. Aceleró buscando ganar tiempo.
Fue todo muy rápido. Una camioneta 4x4 se cruzó de carril buscando ingresar a Blas Parera. El conductor del pesado rodado no puso guiño advirtiendo de su mala maniobra. Roque frenó, pero los gastados neumáticos de su auto se deslizaron sobre el mojado pavimento. El impacto no se hizo esperar. El frente de su vehículo chocó la parte lateral derecha de la camioneta.
Los daños no habían sido considerables por lo que Roque bajó de su auto calmadamente. Distinta fue la actitud del otro conductor.
Era un conocido abogado del foro local. Este, con el rostro desencajado embistió contra Roque.
-¿Qué hacés pedazo de estúpido. Porqué no mirás por donde vas…?
Roque, sabiendo que él no era responsable del accidente, no reaccionó y se acercó para verificar los destrozos de ambos autos.
El llanto de una criatura, en el interior de la camioneta, desvió su atención. No se percató de lo cerca que estaba el letrado. Tampoco advirtió que este se mostraba cada vez más enojado.
De las iracundas palabras al golpe artero solo hubo un segundo. El puñetazo dio de lleno en el rostro de Roque que, confundido, solo atinó a hacer equilibrio para no caer al pavimento.
Un líquido tibio y pegajoso comenzó a bajar de la ceja derecha del rostro de Roque. La sangre llegó rápidamente a la camisa para darle un tinte rojizo fuerte.
-¡¡Defendete infeliz..!!, le gritaron a la vez que una nueva trompada cruzó el aire y culminando su recorrido en la nariz de Roque.
Mientras caía alcanzó a observar que mucha gente se acercaba. Un puntapié feroz lo devolvió a la realidad. El dolor en las costillas se hizo agudo e insoportable. Roque luchaba para no perder el conocimiento, lejos de entender cabalmente lo que estaba ocurriendo.
El abogado, totalmente descontrolado, se acercó entonces a su camioneta y tomó del cuello a la pequeña que seguía gritando. La sacudió y le gritó.
- Callate de una vez. Callate, te digo..
Roque se levantó. La llovizna fue un bálsamo. Todo pasaba como en “cámara lenta”. Como en las películas, pensó.
Apoyado en el capot de su auto, el oficinista recuperó el aliento.
La cachetada que Rubén, asi se llamaba el abogado, le propinó a la nena fue la gota que colmó el vaso.
Sacando fuerzas de la nada Roque se abalanzó contra el letrado. Tomó al hombre de un brazo y, literalmente, lo hizo girar. Sus manos, ahora unas garras, se cerraron sobre el cuello de Rubén. Apretó, apretó…
- ¡¡ Basta..!!, le gritaron. – Ya está, ya está, calmate-, vociferaron.
Cuando Roque soltó al abogado, este se desplomó y golpeó muy fuerte su cabeza con el paragolpes de la camioneta.
Un policía tomó a Roque por la espalda y con una maniobra lo hizo arrodillar. La sangre seguía manando de su ceja.
En un abrir y cerrar de ojos su rutinaria y tranquila existencia se había confundido en un pandemonium. ¿Qué había pasado? ¿Por qué?
- El tipo está muerto, dijo uno.
- ¿Cómo…?
- Y, se golpeó fuerte, agregaron.
Unas esposas se cerraron sobre las muñecas de Roque. Rápidamente dos uniformados lo levantaron y lo introdujeron en un patrullero.
Ya en la seccional de policía un oficial le comentó que su situación legal era complicada porque el abogado había fallecido. Le recomendó, además, que hablara con un letrado.
A Roque le costaba entender lo ocurrido. Pidió un teléfono y llamó a su amigo Eugenio. En pocas palabras le comentó lo sucedido. Las preguntas desde el otro lado del auricular fueron respondidas con monosílabos.
Estaba en una celda. Solo.
- ¿Entiende su situación?, le preguntó un policía.
- La verdad… no, dijo Roque.
- Tras el accidente usted la emprendió a golpes con el abogado y, encima trató de atacar a la menor que estaba en la camioneta..
- No, no es asi. Hay testigos. El fue quien me golpeó y quien maltrató a la nenita.
- Sin embargo aseguran que el occiso solo se defendió de su agresión y que atinó a proteger a su hija cuando usted se aproximó al auto.
- No…no. No es posible. Yo solo intenté que el hombre no golpeara a la pequeña, dijo Roque casi sollozando.
- Pero usted admite que tomó a Rubén del cuello y que solo lo soltó cuando lo forzaron a ello.
- Sí. Pero él ya me había pegado antes. Mire mi cara. ¿Cree que me hice esto solo?
- Pero su ataque fue muy vehemente. El hombre se defendió hasta donde pudo y ahora está muerto. – Dijo solemnemente el policía.
- Yo no lo maté. El se golpeó al caer, argumentó Roque.
- Eso lo determinará la autopsia. Por ahora todo hace suponer que murió estrangulado o víctima de los golpes que usted le propinó, afirmó el oficial.
El atribulado oficinista no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. El había sido atacado. El había sido golpeado y ahora lo acusaban de asesinato.
- Esto no está ocurriendo, pensó. –Por favor, entiendan lo que pasó. No ha sido mi culpa. Hay gente que debe haber visto todo. Busquen, pidió casi desesperadamente.
- Usted sabe que los testigos se “fabrican”, que la gente no quiere meterse en problemas. Cuando preguntamos la mayoría dijo que llegó al lugar del choque cuando el abogado ya estaba en el piso, al lado de su camioneta.
Casi dos horas después llegó Eugenio. Venía acompañado de Daniel, un abogado amigo.
Tras escuchar el pormenorizado relato que hizo Roque de lo que se acordaba. El letrado, con un gesto que denotaba preocupación, dijo, -Roque, la verdad es que la situación es comprometida. Rubén era un hombre de dinero, con influencias. Los testigos brillan por su ausencia o te incriminan directamente. ¿Me estás diciendo la verdad..?
Los ojos de Roque, enrojecidos por la bronca, se clavaron en los de Daniel.
- ¿Qué estás diciendo..? ¿Cómo se te ocurre que yo iba a actuar de esa manera si no había algo que me incitara..?
- Pero estás diciendo que lo atacaste. Estás afirmando que fuiste llevado a esa situación, manifestó Eugenio que, hasta ahora, había permanecido en silencio.
- Intenté defender a la nena y defenderme a mi mismo, casi gritó Roque.
- Tu actitud no hace más que comprometerte, argumentó Eugenio.
- ¡ Terminemos con esto..! ¿Me van a defender o me van a acusar?.
- Bueno, quedate tranquilo, Veré qué puedo hacer, dijo Daniel poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta.
Eugenio, aún mirando a Roque, le hizo saber que se ocuparia del caso.
Eran las once de la noche. Solo habían pasado tres horas desde que Roque había tomado su último mate en la oficina.
Volvió a concentrarse en los pensamientos que, como habíamos dicho, ocupaban su mente en los últimos días. A lo mejor este episodio sirviera para llevar adelante su plan, su estrategia.
La soledad y la rutina que lo venían embargando se habían modificado por un accidente. Roque sonrió, solo un accidente podría haber cambiado un poco su vida. Solo un accidente le había otorgado cierta adrenalina a su cuerpo.
Pensó en su casa. En las pastillas que había dejado ordenadas para ser consumidas a su regreso de la oficina…
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Al rato, un policía de guardia vio el cuerpo de Roque, sin vida, colgado de una viga del techo. Su cinturón había hecho el trabajo de los comprimidos que, en su casa ya no serían ingeridas por nadie.

Guillermo Reyna Allan
Posadas (27/03/2010)

miércoles, 17 de marzo de 2010

El muelle abandonado


Sentado a orillas de un muelle abandonado
Escuche por última vez
El canto de una sirena
Canción de ecos en los esteros
Sobre los mares espejos
Relámpagos de ilusión, rugir de cadenas
Allá se fue mi barca levantando anclas
Anidando en mí pecho solitarios senderos

El peso del tiempo no se esfuma
Me enraizó en la arena
Fijando la vista en el horizonte de mi carabela
Con la luz encendida aunque pequeña sea

La aurora florece entre mar y cielo
Anunciando un nuevo día
El cantar de la sirena no se termina
Y las olas me van ahogando

Mis huellas van flotando en el pasado
Con el aire frió de una melodía
En este muelle abandonado
Me quedo naufrago.

Las olas azotan astillas en la playa
De maderos deteriorados
Que algún día fueron fragatas
Surcando sus rumbos en lágrimas transformadas en aguas

Dejando atrás grietas que no se sierran
Aun que aleteen las gaviotas
Se fueron los días en las sales, y las espumas
A orillas de este muelle abandonado aun se encuentran mis penas.



Julian Padilla
Puerto Iguazu Misiones

Datos del Autor: Nacido el 2 de Julio de 1980 en Puerto Iguazu Misiones,Apasionado por la poesia desde 17 años con dos libros escritos
.

martes, 9 de marzo de 2010

La Argentina insolente



El Dr. Mario A. Rosen es medico, educador, escritor, y empresario exitoso. Tiene 63 años. Socio fundador de Escuela de Vida, Columbia Training System, y Dr. Rosen & Asociados. Desde hace 15 años coordina grupos de entrenamiento en Educacion Responsable para el Adulto. Ha coordinado estos cursos en Neuquen, Cordoba, Tucuman, Rosario, Santa Fe, Bahia Blanca y en Centro America. Medico residente y Becario en Investigacion clinica del Consejo Nacional de Residencias Medicas (UBA)... Premio Mezzadra de la Facultad de Ciencias Medicas al mejor trabajo de investigacion (UBA). Concurrio a cursos de perfeccionamiento y actualizacion en conducta humana en EEUU y Europa. Invitado a coordinar cursos de motivaciÃo en Amway y Essen Argentina, Dealers de Movicom Bellsouth, EPSA, Alico Seguros, Nature, Laboratorios Parke Davis, Melaleuka Argentina, BASF.


La Argentina Insolente

En mi casa me enseñaron bien.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:
Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papa y mama.
Y esta regla se cumplia en ese estricto orden. Una exigencia de mama, que nadie discutia... Ni siquiera papa. Astuta la vieja, porque asi nos mantenia a raya con la simple amenaza: "Ya van a ver cuando llegue papá".


Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar...
Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.
No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue.
El respeto por la Autoridad de papa (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mama) era razón suficiente para cumplir las reglas.


Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar.


Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas..


Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.


Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y
consistentes como eran "lavarse las manos antes de sentarse a la mesa" o "escuchar cuando los mayores hablan".


Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran.
No había diferencias. Eramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.
Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié "las reglas" mediante el sano y excitante proceso de la "travesura" que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente..
La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental.
No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible..
El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas.
Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo.
Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.
Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más alla de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal.
Lenta y dolorosamente comprobé que mas alla de la esquina de mi casa había ·"travesuras" sin "castigo", y una enorme cantidad de "reglas" que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo permite).
El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad".


¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi
casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero tambien había piedad.
Le explicaré: Justicia, porque "el que las hace las paga".
Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que
sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.
Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa.


Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara.
En mi casa había una "Tercera Regla" no escrita y, como
todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado.
Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:
Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.


Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable.
Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar.


Así no hay remedio.


El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:
- Pretender saberlo todo
- Tener razón hasta morir
- No escuchar
- Tú me importas, sólo si me sirves.
La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar.




Léalo otra vez, porque parece mentira.


Así nos vamos a quedar sin trabajo todos.


Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.
Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas?
Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos
tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar.
PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.


Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel. Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla. Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.


Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual.


Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada.
Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa.
Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío.
Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento..
¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE ?
Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.
Dr. Mario Rosen

miércoles, 3 de marzo de 2010

DESTINO INCIERTO


Inmerso en aguas cristalinas,
quiero emerger para ver la vida.

Todo es tan difuso. Todo es tan tibio.
Hay movimientos. Suaves. Sensibles.

Mil colores se dibujan. Y caigo.
Pendiente aterciopelada. Detención impensada.
Y vuelvo a caer.

¿Cuál es el milagro del momento?

Oigo tu voz y algo me dice que allí estás.
Tus labios tersos contraídos.
La punta de tu lengua que lastima

Incomprensiblemente, voy entendiendo.
Viaje irremediable hacia un destino incierto.

Algo estalla en derrededor.
Ahora todo es claro. Ahora todo es triste.

Percibo lo ocurrido.
Yo, estuve dentro de tu lágrima.



GUILLERMO REYNA ALLAN
1998