domingo, 23 de enero de 2011

Y lloré cuando el “Gordo” García se iba

La frase lo pinta tal como es. Detrás de esa coraza bien armada de hombre estudioso y sumamente compenetrado con realidades idas y por venir, aparece el amigo que no olvida, que en la distancia del tiempo se toma el sorbo de recuerdos y lo saborea despacio, muy despacio.


Los ojos acuosos no ocultan el sentimiento por aquel compañero de travesuras e ideales infantiles. “Mi mamá me hacía los mamelucos con bolsas de azúcar o harina, igual que los del Gordo García”, dice. No hay resentimientos en su recuerdo. Simplemente esa rara mezcla de sinsabores que nos hace madurar, a veces prematuramente.


“Peronistas y antiperonistas, esa era la división que no entendía. Claro tenía once o doce años. ¡Qué voy a entender..!”, dice.


“El papá del Gordo se ocultaba para expresar junto a los que se animaban una idea distinta. El era radical y, en esa época era como ser judío en la Alemania de Hitler”.


Eso lo acercaba aún más al Gordo. Don García, presente en aquel hogar que no era el suyo, hacía más profundo el sentimiento de soledad. Aunque, claro, la mamá y las hermanas suplían de algún modo esa sensación de faltantes.


Eso, entre otras cosas, lo empujó a la superación. Y lo logró con creces. Ocupó cargos importantes y no se metió en política, a pesar de los ofrecimientos, porque no le gustó lo que vio y lo que ve aún hoy.

La vida lo llevó por mil caminos. Del frío patagónico a la húmeda y calurosa Asunción. Recaló en Misiones y se enamoró de esta tierra. Cosechó amigos (que nos enorgullecemos de serlo) y encontró el amor.


Hoy, hijos y nietos revolotean por su nido. Los escucha y los mima a su manera. Está contento en su rol.


No descuida sus investigaciones periodísticas pero siempre se da el tiempo para el café compartido y la charla amena. Esa que discurre entre anécdotas, alguno que otro chiste, y compartir conocimientos.


Ese es mi amigo Carlos. El que me conoce como pocos y nunca me ha juzgado. Siempre estuvo ahí. Hoy aún lo está.

“Lloré cuando el Gordo García se subió al barco que lo llevaría por el Atlántico desde Gallegos a Bahía Blanca”, dice.

Y mete las lágrimas hacia adentro como si no estuviera bien lo que demuestra. El no percibe, y si lo hace disimula, que me gusta y enternece el gesto “acuoso” del recuerdo hacia el amigo.

Este es mi amigo Carlos. Brindo por él, por su presencia y por sus recuerdos.

A mi amigo Carlos Omar Alvarado

2 comentarios:

Carlos Omar Alvarado dijo...

Willie, pedazo de tonto, mes has hecho lagrimear. Una pintura exacta, una percepción increíble de una anécdota, de las tantas que hay de aquellos tiempos de caza de brujas, en la lejana Gallegos, primera década del 50. Por algo se dice que la patria del hombre es su infancia. Esos trazos, a veces gruesos o finos, hacen el dibujo base de la pintura que somos hoy, "a punto de terminar". Gracias Willie, me honrás con tu amistad y esta enorme pincelada de amistad. Carlos

Guillermo Reyna Allan dijo...

A través de los años la amistad es como el whisky...más añeja, más cargada de sabores y de sentimientos. Te quiero mucho amigo del alma.