Sentí la
opresión de tus brazos de selva
y miré en el
mundo de tus lapachos y cedros.
Busqué al
responsable de mis desvelos y ansias,
Y el monte
me devolvió magia, encanto, consuelo.
Me hiciste
tuyo bautizándome en ríos,
solo con cascadas
y arroyos, como sonrientes testigos.
Agua con
sonidos; gritos del hachero; lágrimas del tarefero.
Y aquí estoy
yo, entregado, manso, sin lucha.
esclavo sin
grilletes de tu infinita belleza.
“Se llama Misiones, y te ganó para
ella, forastero”
Levanté la
vista, del rojo hasta el cielo.
Y mi oración
voló en agradecimiento.
Guillermo
Reyna Allan
Diciembre de
2012
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