lunes, 25 de junio de 2007

Cuando el tiempo es... nada


Una mujer sacude la cabeza mientras canta casi sin abrir los labios, un hombre que peina canas se esfuerza por contener las lágrimas, un grupito de chicas adolescentes que ríen traviesas no puede evitar mover los pies.


Los Gatos, la legendaria banda que por primera vez en la historia se animó a cantar rock en castellano, está otra vez en la ruta. Y es pura emoción. Los miles de fans que desbordan la plaza San Martín la noche del sábado disfrutan a pleno la fiesta del reencuentro.


En el escenario, Litto Nebbia, Ciro Fogliatta, Kay Galifi y Alfredo Toth, los cuatro miembros fundadores del grupo, tocan sus viejas canciones, con la excusa de celebrar los 40 años del lanzamiento de su primer simple, “La balsa”. Pese a que el frío es intenso, nadie se mueve de su lugar. Asistir al regreso de la banda que puso a rodar la piedra del rock argentino es un privilegio que, no bien suenan los primeros acordes de “Lágrimas de María”, el tema que Los Gatos eligen para abrir el show, queda claro que, con el correr de los años, se exhibirá con orgullo como una medalla en el pecho.


En Rosario, ese “yo estuve ahí”, que dentro de un tiempo celebrarán los espectadores del recital del regreso de Los Gatos, es patrimonio de muchos. Porque fue en sus calles, en sus bares, en las bucólicas guitarreadas de fogón que compartían los jóvenes en las plazas en los dorados y lejanos años 60, cuando se formó la banda y nació el sueño de conquistar Buenos Aires. “Yo los conozco de chicos, vivían cerca de mi casa en barrio Industrial y mi viejo, que era amigo del padre de Litto, les consiguió que los dejaran ensayar en el club”, cuenta a La Nacion Osvaldo Puigros, de 48 años, y sigue: “A los socios más viejos, que jugaban a las bochas, no les hizo ninguna gracia y vivían quejándose de que la música les molestaba”.


La historia se multiplica en las voces de los espectadores que tienen edad suficiente como para haber vivido aquellos tiempos en que vestir camisas coloridas, llevar el pelo largo y tocar la guitarra era tocar el cielo con las manos.


Y eso era lo que hacían Los Gatos: vivían intensamente la juventud. Y los rosarinos lo saben mejor que nadie. Por eso cuando suena “Soy de cualquier lugar”, un himno de la generación que creció con el sueño de vivir en libertad, la gente suspira nostálgica. También, sonríe, porque la música y las letras de Los Gatos tienen una inocencia que en el mundo de hoy, donde el mercado cada día le deja menos margen a la creatividad, despiertan una gran ternura. “¡Qué linda camisa, Litto!”, grita desde el corazón de la multitud una voz de mujer, y el músico, que luce una camisola floreada en tonos rosa pastel, responde con una sonrisa y arremete, con una energía inusitada con “El vagabundo”, “María” y “No fui hecho para esta tierra”.


El primer tramo del show culmina con “Ayer nomás” y una ovación que agita a la multitud. Ya se rompió el hielo. Los nervios del debut desaparecieron y la banda muestra que todavía tiene mucho para dar. Con “No fui hecho para esta tierra”, Alfredo Toth, que con el pulso del bajo sostiene el andamiaje musical de Los Gatos, entra en calor. Se quita el polar, una prenda que cuando Los Gatos triunfaron no existía, y queda en mangas cortas. Ciro Fogliatta, que cuando apareció en escena, con el pelo blanco y canoso, el gesto adusto, pañuelo al cuello y la campera de gamuza parecía el oficinista amargado de la película La tregua, no le va en saga. Se queda en chaleco y mangas de camisa y adquiere, como por arte de magia, el aspecto de un pianista de blues. Sigue serio, pero le saca chispas al órgano Hammond. “La olvidarán”, con su languidez de balada romántica, desacelera el ritmo, pero sólo por un momento, porque con “Esperando a Dios” vuelve el beat y aparece, con cuentagotas, la guitarra de Kay Galifi.


Y más: “Chica del paraguas”, uno de los hits que sonaban con insistencia en la radio en las épocas de gloria de la banda, endulza la noche con su pop pegadizo. “Fuera de la ley” un rock que revela la herencia cruda y rockera que dejó el paso de Pappo por Los Gatos, dio lugar para que Rodolfo García y Daniel Colombres, los bateristas que ocupan el lugar del desaparecido Oscar Moro, se lucieran con un vigoroso set percusivo que el público coronó con una ovación. “A veces la vida nos lleva por algunos caminos dolorosos con un familiar o un amigo, como nos pasó a nosotros con Oscar Moro, por eso hoy queremos recordarlo y rendirle homenaje”, dijo Ciro Fogliatta en la única ocasión en que quebró su silencio en la noche, para presentar a Juanito, el hijo del legendario baterista de Los Gatos, quien tocó en “Viento dile a la lluvia”. Fue uno de los momentos más emotivos del show, pero no el único, porque después de la vibrante versión de “Rock de la mujer perdida”, que sacudió la melancolía en la que había caído el público, subió al escenario Fito Páez, para cantar junto al grupo “No te vayas campeón”, que recordó al también desaparecido Lalo de los Santos, en tributo a los 25 años de la Trova Rosari.


Tras el aplauso llegó el tema más esperado por todos, “La balsa”, que Litto Nebbia y Fito Páez cantaron a dúo, acompañados por un coro de miles de voces. Fue una experiencia irrepetible, única, histórica y, sobre todo, muy emocionante, por lo que significan Los Gatos y más precisamente ese tema para el rock en la Argentina.


Antes de decir “adiós”, o mejor “hasta luego”, Los Gatos tocaron un par de temas más, “El rey lloró” y “Réquiem”. Los músicos salieron a saludar, se confundieron en un abrazo y hasta a alguno se le humedecieron los ojos. Y no es para menos, después de “La balsa”, ya nadie esperaba más que la dulce esperanza del naufragio.


Extraído de La Nación: Por Ricardo Luque

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